Desmontando la excusa del daño: la trampa de culpabilizar a la víctima

 

Cuando la percepción se usa como excusa para evitar la responsabilidad

En muchas conversaciones y discursos, especialmente aquellos provenientes de ciertos ámbitos profesionales, se ha normalizado la idea de que cuando alguien lastima a otra persona, el problema no es la acción del agresor, sino cómo la víctima la interpreta. Esta postura, lejos de fomentar una verdadera responsabilidad emocional, sirve como una excusa perfecta para que quien causa daño lo justifique y continúe sin consecuencias.

Este artículo analiza cómo esta narrativa refuerza dinámicas de manipulación, invalida el dolor de quienes lo sufren y, en el peor de los casos, es utilizada por profesionales para reforzar la idea de que el sufrimiento es simplemente una cuestión de percepción. ¿Cuáles son las implicaciones de este enfoque? ¿Cómo podemos identificarlo y desmantelarlo? Aquí exploraremos las claves para comprender y cuestionar esta peligrosa manera de interpretar las relaciones humanas.

El falso argumento de la percepción: cuando se minimiza el impacto del daño

En muchas situaciones, cuando alguien expresa malestar tras una experiencia dolorosa, su vivencia es rápidamente cuestionada con frases como “eso depende de cómo te lo tomes” o “quizá lo estás interpretando mal”. Este tipo de respuestas desplazan el foco del hecho ocurrido hacia la reacción emocional de quien lo vive, y con ello, restan legitimidad al impacto real de lo sucedido. Se deja de analizar la acción en sí para centrar la atención en la supuesta fragilidad emocional de la persona afectada.

Este enfoque no solo invalida el dolor, sino que también imposibilita una revisión honesta de la conducta propia. En lugar de abrir espacio al diálogo y al reconocimiento del otro, se impone una sentencia que clausura la conversación. Se establece tácitamente que si hay sufrimiento, es únicamente porque el otro “ha elegido sentirse así”, lo que deja a la persona herida en un lugar de aislamiento, duda y, muchas veces, vergüenza por haber expresado su sentir.

A menudo, este tipo de invalidación no se percibe de forma evidente, porque se presenta como una opinión inofensiva o un comentario bienintencionado. Sin embargo, sus efectos pueden sentirse profundamente. 

 

Veámoslo con un ejemplo sencillo y cotidiano:

Imaginemos que una persona expresa a un compañero de trabajo que se ha sentido incómoda por una broma sobre su apariencia hecha en una reunión. En lugar de reflexionar sobre lo dicho, el compañero responde: "Ay, no exageres, era solo una broma. Todo depende de cómo te lo tomes."

Con esa frase, el foco deja de estar en lo que se dijo y cómo impactó, y pasa a estar en la supuesta sensibilidad de la otra persona. No hay lugar para el diálogo, ni para el reconocimiento del malestar. La incomodidad vivida queda invalidada, envuelta en la idea de que “el problema es tu percepción, no mi comentario”.

Este tipo de situaciones, que pueden parecer triviales en apariencia, si se repiten o se sostienen en el tiempo, van erosionando la seguridad emocional de quien las vive.

Y cuando esta lógica se reproduce de forma sistemática, incluso desde voces profesionales, sus efectos pueden volverse estructurales y mucho más difíciles de identificar.

 

 

 

 

La legitimación del daño desde el ámbito profesional.

Cuando la idea de que “el problema es cómo lo percibes tú” proviene de voces profesionales, su efecto puede ser profundamente desestabilizador. Psicólogos, terapeutas, coaches o consultores tienen un rol de autoridad simbólica en los procesos de crecimiento y bienestar emocional. Por ello, sus palabras no se reciben como opiniones aisladas, sino como verdades con peso estructural.

En ese contexto, si alguien que ha vivido una experiencia dolorosa escucha de un profesional que su sufrimiento es una “cuestión de interpretación”, puede comenzar a desconectarse de su propia percepción, a dudar de su criterio, e incluso a sentir culpa por sentirse mal. El mensaje implícito es que, si duele, es porque está mirando mal, pensando mal o sintiendo de más.

Este tipo de discursos pueden llevar a que quienes han sido lastimados no solo minimicen su experiencia, sino que internalicen el mensaje de que el cambio debe ocurrir en su forma de percibir, no en el comportamiento de la otra parte. Así, lejos de promover la autocomprensión o la gestión emocional, se refuerzan dinámicas de silencio, normalización de lo tóxico y autoinvalidación.

Además, cuando el malestar emocional es interpretado exclusivamente como una señal de debilidad, fragilidad o falta de evolución, el poder del profesional puede transformarse —sin intención consciente, pero con consecuencias reales— en un instrumento de presión, más que de reparación.

Por eso, resulta imprescindible que quienes ejercen roles de acompañamiento emocional sean conscientes del impacto simbólico y práctico de sus palabras. Una intervención bien intencionada puede causar confusión y daño si no se formula desde la empatía, el reconocimiento del dolor y la apertura al matiz. Evitar frases que simplifican o devuelven toda la carga de interpretación a quien sufre es un acto de responsabilidad profesional y ética. Pongamos un diálogo como ejemplo: 

—Me dolió lo que me dijo, me sentí realmente humillada.
—¿Y si lo estás mirando desde una herida tuya y no desde lo que realmente pasó?
—No lo sé… pero lo cierto es que aún me duele.
—Entonces quizás el trabajo está en cambiar cómo lo ves, no lo que pasó.

Y cuando este razonamiento se vuelve recurrente en diferentes espacios —personales o institucionales— sus efectos se extienden más allá de lo individual, afectando la forma en que concebimos el dolor, el conflicto y la responsabilidad.

El equilibrio entre daño real y percepción personal

Si bien es esencial señalar la responsabilidad de quienes generan daño, también es importante reconocer que no todas las experiencias dolorosas provienen de una intención consciente de lastimar. Hay situaciones en las que la interpretación personal juega un papel clave, y en las que la sensibilidad individual puede influir en cómo se percibe un comentario, una acción o una actitud.

Cada persona interpreta la realidad a través de su historia, sus emociones y sus experiencias previas. Lo que para alguien puede ser un comentario sin importancia, para otra persona puede activar recuerdos dolorosos o inseguridades profundas. Sin embargo, esto no significa que cualquier reacción emocional sea prueba de que ha habido una agresión real.

 

El desafío está en diferenciar cuándo se trata de una conducta verdaderamente perjudicial y cuándo la reacción proviene de una percepción personal exagerada o fuera de contexto. Para ello, es necesario considerar varios factores:

  • La intención y el impacto: Aunque el impacto de una acción es importante, también lo es la intención detrás de ella. No todas las situaciones de malestar son producto de una agresión deliberada. A veces, una persona puede sentirse herida por algo que no fue dicho con mala intención, y en esos casos, es clave evaluar si la reacción es proporcional al hecho ocurrido.
  • Patrones de comportamiento: Si alguien constantemente evade su responsabilidad, es una señal de manipulación. Pero también hay quienes, de manera consciente o inconsciente, utilizan la hipersensibilidad como una forma de control emocional. Cuando una persona se ofende por todo y exige que los demás modifiquen constantemente su conducta para evitar su malestar, puede estar ejerciendo una forma de manipulación basada en la culpa. Esto genera relaciones en las que el otro se siente obligado a medir cada palabra o acción, perdiendo espontaneidad y libertad en la interacción.
  • Diálogo y contexto: Antes de asumir que alguien nos ataca, es clave preguntar, entender la intención y evaluar la situación desde distintas perspectivas. No siempre un comentario desafortunado es un ataque, ni siempre una reacción intensa es injustificada. La clave está en abrir el diálogo sin imponer una única interpretación.
  • Responsabilidad emocional mutua: No se trata solo de exigir responsabilidad a quienes generan daño, sino también de desarrollar la capacidad de regular nuestras propias emociones y distinguir entre daño real y percepción personal. La madurez emocional implica reconocer cuándo un sentimiento es legítimo y cuándo puede estar influenciado por inseguridades o experiencias previas.
  • Reconocer la diferencia entre impacto y sensibilidad: No todas las personas reaccionan igual ante una misma situación. Lo que para alguien puede ser una ofensa grave, para otra persona puede ser un comentario sin importancia. Aprender a identificar cuándo una reacción es proporcional al hecho ocurrido es clave para evitar interpretaciones erróneas.

Este punto es fundamental para evitar caer en una victimización excesiva, pero también para no permitir que quienes generan daño justifiquen sus actos a través de la invalidación del sufrimiento ajeno.

Ejemplo ilustrativo:
—Me molestó que no me respondieras el mensaje en todo el día.
—Lo siento, tuve un día complicado y no pude atender el teléfono. No fue mi intención ignorarte.
—A veces siento que no te importo…
—Entiendo que te hayas sentido así, pero no fue mi intención hacerte sentir mal. ¿Cómo podemos manejar esto mejor?

Este tipo de diálogo muestra cómo una percepción personal puede generar malestar, pero también cómo el reconocimiento mutuo y la comunicación pueden ayudar a encontrar un punto de equilibrio sin invalidar el sentimiento del otro.

 

Y cuando logramos establecer este equilibrio, podemos avanzar hacia una cultura de mayor responsabilidad emocional, donde el impacto de nuestras acciones se reconoce sin caer en extremos de culpabilización o victimización.

 

Cómo desmontar la narrativa de culpabilizar a la víctima

Para contrarrestar la idea de que el problema es "cómo se lo toma la víctima", es necesario promover una cultura de responsabilidad emocional, en la que cada persona asuma el impacto de sus acciones y se fomente un diálogo honesto sobre el daño causado. Esto implica reconocer que el sufrimiento ajeno no es un asunto de percepción individual, sino una realidad que merece ser atendida con respeto.

Algunas claves para desmontar esta narrativa incluyen:

  • Reconocer el impacto real de los actos: No basta con la intención; si una acción causa daño, es necesario reconocerlo y asumirlo. Muchas veces, las personas justifican sus palabras o comportamientos diciendo "no era mi intención hacerte sentir así", pero esto no elimina el impacto que han tenido. La verdadera responsabilidad emocional implica aceptar que nuestras acciones pueden afectar a otros, incluso si no lo planeamos.

  • Cuestionar discursos que minimizan el sufrimiento: Frases como “tú eres demasiado sensible” o “eso depende de cómo lo interpretas” desvían la atención del problema real y colocan la carga emocional sobre quien ha sido afectado. Es importante analizar si realmente se está justificando un comportamiento dañino o si se está evitando asumir responsabilidad. En lugar de invalidar el dolor ajeno, es más útil preguntar: "¿Cómo te hizo sentir eso?" o "¿Cómo podemos manejarlo mejor?"

  • Fomentar la empatía y el diálogo honesto: Las relaciones sanas requieren comunicación y disposición para comprender el impacto de nuestras acciones en los demás. En lugar de reaccionar a la defensiva cuando alguien expresa malestar, es clave abrir el diálogo y escuchar sin juzgar. La empatía no significa aceptar culpas injustificadas, sino reconocer el impacto que nuestras palabras y acciones pueden tener en los demás.

  • Exigir responsabilidad en todos los ámbitos: Especialmente en espacios profesionales, es clave que los especialistas en salud mental y desarrollo personal eviten discursos que refuercen dinámicas abusivas. Un terapeuta, coach o líder de opinión debe ser consciente de que sus palabras pueden influir en la manera en que las personas interpretan sus emociones y relaciones. En lugar de reforzar la idea de que "todo depende de cómo lo percibas", es fundamental ayudar a las personas a diferenciar entre una reacción emocional legítima y una percepción exagerada.

Cambiar esta narrativa requiere un esfuerzo colectivo, pero cuestionarla es el primer paso para construir interacciones más justas y respetuosas. Cuando dejamos de justificar el daño con la percepción y empezamos a reconocer el impacto real de nuestras acciones, abrimos la puerta a relaciones más auténticas, basadas en el respeto y la responsabilidad mutua.

 

 

 

Conclusión: hacia una verdadera responsabilidad emocional

 

La idea de que el daño es solo una cuestión de percepción es una trampa que permite a quienes generan malestar justificar sus acciones y evadir cualquier responsabilidad. Aunque la interpretación de un comportamiento puede variar según cada persona, el impacto real de una acción no debe ser minimizado ni ignorado.

A lo largo de este artículo, hemos analizado cómo esta narrativa afecta las relaciones personales y profesionales, cómo algunos especialistas pueden reforzar esta visión y qué estrategias pueden ayudarnos a desmontarla. También hemos explorado el equilibrio necesario entre reconocer el daño genuino y evitar caer en una victimización excesiva.

La clave para construir relaciones más sanas y justas radica en la responsabilidad emocional mutua. Esto implica:

  • Reconocer el impacto de nuestras acciones, más allá de la intención con la que fueron realizadas.
  • Evitar discursos que minimicen el sufrimiento ajeno, dejando de lado frases que desvían la atención del problema real.
  • Fomentar el diálogo y la empatía, permitiendo que las personas expresen su malestar sin sentirse invalidadas.
  • Distinguir entre daño real y percepción personal, para evitar caer en extremos de culpabilización o victimización.

Cuando dejamos de justificar el daño con la percepción y empezamos a reconocer el impacto real de nuestras acciones, abrimos la puerta a relaciones más auténticas, basadas en el respeto y la responsabilidad mutua.

Cuestionar esta narrativa no solo es un acto de justicia emocional, sino también un paso esencial para transformar la manera en que entendemos el dolor, el conflicto y la responsabilidad en nuestras vidas.

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Comentarios: 1
  • #1

    Carlos (domingo, 15 junio 2025 23:52)

    Es muy interesante éste artículo pues yo, y creo que mucha gente, he estado en los dos lados y empatizar o pensar algunas cosas antes de decirlas pueden ayudar a evitar estas situaciones, que tidos hemos vivido en algún momento.