Cuando los hijos se alejan: la historia que nadie cuestiona

La sociedad tiende a contar una sola versión de la historia cuando un hijo se aleja de sus padres: la del abandono, la ingratitud, el desinterés. Se da por sentado que los padres hicieron todo bien, que dieron lo mejor de sí, y que, si su hijo decide distanciarse, es porque ha fallado en su rol filial. Pero ¿qué pasa cuando la realidad es mucho más compleja?

 

No todos los padres han sido buenos padres. Algunos han creado vínculos desde la manipulación, otros han impuesto su autoridad sin respeto por la individualidad de sus hijos. Hay quienes creen que ser padres les da derecho a exigir amor y presencia sin esfuerzo ni autocrítica. En muchos casos, los hijos que se alejan lo hacen por sobrevivencia emocional, por la necesidad de protegerse de relaciones que no han sido sanas.

 

Este artículo busca romper con la visión simplista del hijo que abandona. No se trata de culpar ni justificar, sino de abrir un espacio para analizar las razones profundas detrás de la distancia y cuestionar la idea de que el amor y el respeto deben ser exigencias incondicionales.

Porque no siempre es el hijo quien falla. A veces, es el único que se atreve a poner límites.

Las razones detrás de la distancia entre padres e hijos

Cuando un hijo se aleja de sus padres, la sociedad tiende a juzgarlo sin cuestionar las razones detrás de esa decisión. Se da por sentado que el vínculo entre padres e hijos debería permanecer intacto pase lo que pase, pero esta expectativa ignora la complejidad de las relaciones familiares. La distancia no ocurre de la noche a la mañana ni por razones superficiales. En muchos casos, es el resultado de años de conflictos, heridas emocionales y dinámicas que han afectado profundamente la relación.

Algunos padres jamás se detienen a analizar su propio comportamiento, creyendo que "han hecho lo mejor que pudieron" sin reconocer errores ni cuestionar el impacto de sus acciones en sus hijos. Hay historias marcadas por falta de afecto, manipulación emocional o una autoridad impositiva que no permitió autonomía. Estos factores, acumulados con el tiempo, pueden llevar a que el hijo decida distanciarse como una forma de proteger su estabilidad emocional.

 

También existe el peso de expectativas desproporcionadas. Algunos padres depositan sobre sus hijos la responsabilidad de llenar vacíos emocionales o suplir carencias que no les correspondía cubrir. Se espera que el hijo sea incondicional, que esté presente sin cuestionar, que acepte imposiciones sin derecho a expresar su propia identidad. Este desgaste emocional puede hacer que el alejamiento sea la única manera de preservar su bienestar.

 

A pesar de todo esto, la sociedad sigue poniendo la responsabilidad del vínculo en los hijos, ignorando que una relación se construye desde ambas partes. No es el hijo quien rompe el lazo sin razón, sino la historia de lo vivido la que muchas veces lo empuja a la distancia.

 

La legitimidad de un hijo para alejarse

El distanciamiento de un hijo con sus padres no debería interpretarse automáticamente como un acto de abandono o ingratitud. La idea de que los hijos deben permanecer cerca de sus padres sin importar el contexto ignora una realidad fundamental: el derecho de cada persona a proteger su bienestar emocional.

 

Alejarse no siempre es una decisión fácil. Implica cuestionar creencias profundas, enfrentar la culpa impuesta por la sociedad y aceptar que, en algunos casos, el vínculo familiar puede ser más dañino que beneficioso. No todos los padres han construido relaciones sanas con sus hijos. Algunos han ejercido control excesivo, otros han rechazado la autonomía del hijo y han impuesto expectativas que nunca consideraron su bienestar.

 

La sociedad repite la idea de que "los padres hicieron lo mejor que pudieron", pero esto no siempre es cierto. Hay padres que nunca han sido afectuosos, que han minimizado el sufrimiento de sus hijos, que han ejercido abuso emocional o que simplemente nunca han estado presentes. ¿Por qué, entonces, se les exige a los hijos permanecer en una relación que les ha causado dolor?

 

El distanciamiento no significa falta de amor. A veces, es la única manera de sanar heridas profundas, de reconstruirse sin la presión de una relación que ha sido difícil o insostenible. La verdadera legitimidad del alejamiento radica en reconocer que cada persona tiene derecho a decidir sobre sus vínculos sin ser juzgada, sin cargar con una responsabilidad que no le corresponde y sin sentirse obligada a sostener una relación que no le aporta bienestar.

La culpabilidad de los hijos que se alejan

Aunque el alejamiento de los padres puede ser una decisión legítima, muchos hijos cargan con una profunda culpabilidad por hacerlo. La sociedad ha impuesto la creencia de que, pase lo que pase, el hijo siempre debe estar presente, y esta idea puede generar un conflicto emocional difícil de gestionar.

 

El peso de la culpa no siempre nace de una relación sana, sino de años de condicionamiento. Desde pequeños, muchos hijos han escuchado frases como: "No importa lo que pase, siempre debes cuidar a tu familia" o "Los padres lo dieron todo por ti, así que debes estar ahí para ellos". Estas afirmaciones, aunque parecen estar cargadas de amor, muchas veces ocultan una exigencia incondicional que no toma en cuenta el bienestar del hijo.

 

Algunos hijos se mantienen en relaciones familiares tóxicas por la sensación de deuda emocional. Creen que, aunque sus padres hayan sido negligentes, ausentes o incluso dañinos, tienen la obligación moral de permanecer cerca. Otras veces, el miedo al juicio social es lo que los frena. Ser señalado como un hijo ingrato o egoísta puede generar suficiente presión para que decidan sostener una relación que no les aporta bienestar.

 

También existe la esperanza de que, con el tiempo, el vínculo pueda mejorar. Muchos hijos creen que, si se esfuerzan lo suficiente, sus padres cambiarán, reconocerán sus errores o empezarán a tratarlos de una manera más amorosa. Esta idea, aunque válida en algunos casos, puede llevar a una negación del daño emocional, haciendo que el hijo permanezca en una dinámica que no cambia.

 

Es crucial reconocer que la culpa no debería ser el único factor en la decisión de mantener un vínculo. Si una relación causa sufrimiento constante, el hijo tiene derecho a priorizar su bienestar sin sentirse obligado por expectativas impuestas. La familia debería ser un espacio de apoyo mutuo, no un peso emocional del que no se puede escapar.

El juicio social hacia los hijos distanciados

Cuando un hijo se aleja de sus padres, la sociedad rara vez se pregunta por qué. En lugar de considerar el contexto y la historia de esa relación, lo primero que surge es la condena: “¿Cómo puede abandonar a quienes le dieron la vida?”“Es un acto egoísta”“Seguramente sus padres hicieron todo por él y aun así se alejó”. Esta narrativa, profundamente arraigada, ignora una realidad clave: no todos los vínculos familiares son sanos, y no siempre es posible mantenerlos sin que causen daño.

El juicio hacia los hijos distanciados parte de una idealización de la paternidad. Existe la creencia de que todos los padres son buenos, que han sido sacrificados y amorosos, y que los hijos deben corresponder incondicionalmente. Esta visión deja fuera a aquellos padres que fueron fríos, ausentes, manipuladores o incluso abusivos. Sin embargo, el hijo que decide alejarse sigue siendo visto como el culpable.

El peso de este juicio social es tan fuerte que, en muchos casos, el hijo siente que debe justificar su distancia, incluso cuando sus razones son legítimas. La sociedad minimiza el dolor que puede haber vivido en su entorno familiar y exige que, pase lo que pase, siga presente en la vida de sus padres. Se espera que los hijos perdonen, comprendan y mantengan el vínculo sin condiciones, sin considerar el impacto emocional que esto puede tener en ellos.

 

Este tipo de presión hace que algunos hijos permanezcan en relaciones familiares dañinas por miedo a ser juzgados. Se enfrentan a la culpa impuesta, a la mirada crítica de los demás y a la idea de que alejarse es una falta moral. Sin embargo, es fundamental cambiar esta visión y reconocer que cada historia es única, que hay razones legítimas para la distancia y que no se puede exigir a un hijo sostener una relación que lo lastima solo porque la sociedad lo dicta.

Padres narcisistas y la falta de respeto hacia los hijos

No todos los padres construyen una relación basada en el respeto mutuo. Algunos consideran que el hecho de haber dado la vida a sus hijos les otorga un derecho automático a exigir amor, lealtad y sumisión sin reciprocidad. En casos de padres narcisistas o autoritarios, el vínculo suele estar marcado por una dinámica unilateral, donde las necesidades del hijo se ven constantemente minimizadas.

Los padres narcisistas tienen una visión distorsionada de la relación familiar. No ven a sus hijos como individuos con pensamientos, emociones y autonomía, sino como extensiones de sí mismos, herramientas para cumplir expectativas o reforzar su propia imagen. En este tipo de dinámica, el hijo no tiene el derecho de cuestionar ni establecer límites porque el padre se considera incuestionable.

Uno de los mecanismos más comunes en estas relaciones es la manipulación emocional. Frases como "Con todo lo que he hecho por ti, me lo debes""Si te alejas, serás un ingrato" o "Después de todo mi esfuerzo, así me pagas" están diseñadas para generar culpa, haciendo que el hijo dude de su necesidad de distanciamiento. En muchos casos, esto obliga a los hijos a permanecer en relaciones donde sus emociones nunca han sido valoradas.

El respeto dentro de una familia debe ser bidireccional. Un padre no puede exigir consideración sin darla, ni imponer afecto sin construirlo. Cuando no hay espacio para la autonomía del hijo y se espera que su rol sea el de obediencia absoluta, la relación deja de ser un verdadero vínculo y se convierte en una obligación impuesta.

El problema es que, en la sociedad, la paternidad todavía se ve como una autoridad que no se puede cuestionar. Se asume que el padre tiene la razón, que el hijo debe aceptar su lugar sin reclamar, y que el respeto es una exigencia automática, en lugar de un resultado natural de una relación basada en afecto y comprensión.

Reconocer el impacto de estos patrones familiares es clave para entender por qué algunos hijos se alejan. No se trata de egoísmo, sino de proteger su derecho a una vida donde sus emociones y decisiones sean valoradas y respetadas.

La visión idealizada de la paternidad

La sociedad suele asumir que todos los padres han hecho lo mejor que pudieron y que, aunque hayan cometido errores, sus intenciones siempre fueron buenas. Este argumento, aunque válido en algunos casos, ignora la realidad de muchas relaciones familiares marcadas por el dolor, la negligencia y la falta de reconocimiento del daño causado.

 

La paternidad se ha idealizado como un rol que merece respeto sin condiciones. Se dice que los hijos deben ser agradecidos simplemente porque sus padres les dieron la vida, sin tomar en cuenta la calidad del vínculo que se ha construido. Pero ser padre no significa automáticamente haber sido un buen padre. Es posible que alguien haya cumplido con lo básico—dar alimento, educación, techo—y aun así haya fallado en lo esencial: el respeto, el apoyo emocional, la comprensión.

 

Muchos padres no reflexionan sobre el impacto de sus acciones en la vida de sus hijos. Minimizaron su sufrimiento, impusieron reglas sin considerar sus emociones o invalidaron sus sentimientos. Y cuando el hijo se aleja, en lugar de preguntarse “¿qué hicimos mal?”, la respuesta más común es “fuimos buenos padres, pero nos abandonó”.

 

Es necesario romper con la idea de que la paternidad siempre es sinónimo de entrega, amor y cuidado. En muchos casos, los hijos se han alejado no porque no valoren a sus padres, sino porque no encontraron en ellos el espacio seguro que esperaban. La familia es un vínculo que debería ser construido desde el respeto mutuo, no desde la obligación impuesta.

 

6.1 El impacto de la historia familiar en la relación entre padres e hijos

Los padres no nacen siendo padres; antes de ocupar ese rol, fueron hijos. Crecieron dentro de un entorno que moldeó sus creencias, su manera de relacionarse y la forma en que expresarían o reprimirían sus emociones. Algunos vivieron en familias frías, crecieron sin afecto o fueron criados bajo dinámicas autoritarias, lo que influyó en la manera en que, más adelante, tratarían a sus propios hijos.

 

Muchos repiten inconscientemente los patrones que aprendieron. Si sus propios padres les exigieron obediencia sin espacio para la autonomía, es probable que también ejerzan una autoridad rígida sobre sus hijos. Si no recibieron amor y comprensión, puede que nunca hayan desarrollado la capacidad de demostrar afecto de manera sana. Pero haber sufrido una crianza difícil no los exime de la responsabilidad de cuestionar su comportamiento y evitar transmitir el mismo daño.

 

Algunos padres han logrado romper con los ciclos de sufrimiento, han trabajado en sí mismos y han aprendido a criar desde el respeto y la empatía. Sin embargo, muchos otros continúan replicando los mismos errores, sin detenerse a reflexionar sobre el impacto que tienen en la vida de sus hijos. Se escudan en frases como “Así me criaron a mí” o “No sé otra manera de hacerlo”, sin asumir que el esfuerzo por cambiar es una elección, no una imposibilidad.

 

Comprender que la historia familiar influye en la crianza ayuda a contextualizar ciertos comportamientos, pero no significa que los hijos deban aceptar el daño sin cuestionarlo. Cada generación tiene la oportunidad de romper con los ciclos tóxicos y construir relaciones más sanas, pero esto solo ocurre cuando hay una verdadera intención de cambio.

 

El hecho de que un padre haya sido hijo no querido, haya vivido en un entorno difícil o haya aprendido desde la imposición no significa que sus hijos deban cargar con el peso de esas experiencias. El pasado explica, pero no justifica. Y los hijos tienen el derecho de protegerse, aunque eso implique la distancia.

Padres que mueren solos: ¿de quién es la responsabilidad?

Cuando un padre muere solo, la sociedad suele dirigir la culpa hacia los hijos, asumiendo automáticamente que los han abandonado. La narrativa predominante es que "los hijos deben cuidar de sus padres", sin cuestionar la calidad de la relación que existió entre ellos. Pero ¿es justo atribuir toda la responsabilidad de una relación fracturada a los hijos?

El distanciamiento entre padres e hijos generalmente tiene razones profundas. A menudo, los hijos han intentado mantener el contacto, pero se han encontrado con rechazo, manipulación emocional o un trato que les ha causado sufrimiento. Hay padres que nunca han reconocido el daño que han causado, que se han negado a cambiar su actitud y que han esperado que el vínculo se mantuviera por obligación, no por afecto genuino.

También es importante reconocer que algunos padres eligieron su propia soledad. Rechazaron oportunidades de reconstruir el vínculo, minimizaron las emociones de sus hijos o nunca hicieron un esfuerzo por entenderlos. La falta de autocrítica en estos casos genera un escenario injusto, donde los hijos son responsabilizados sin que se analice el papel de los padres en la ruptura.

La sociedad impone la idea de que "los hijos siempre deben estar presentes", pero pocas veces se cuestiona qué tipo de padre fue esa persona que ahora muere sola. Este enfoque debe ser repensado para evitar juicios erróneos y reconocer que, en muchas ocasiones, la distancia es el resultado de una historia de dolor, no de abandono.

Razones por las que algunos hijos no se alejan, aunque quisieran

A pesar del sufrimiento o los conflictos familiares, hay hijos que sienten que no pueden alejarse de sus padres, aunque en su interior deseen hacerlo. No es una cuestión de amor genuino, sino de culpa, presión social y miedo a las consecuencias emocionales de la distancia.

 

Uno de los motivos más frecuentes es el peso de la culpa, arraigado desde la infancia. Se les ha enseñado que alejarse es una falta de respeto, un acto de ingratitud y un abandono injustificado. A menudo han escuchado frases como “Los padres siempre hicieron lo mejor que pudieron”“No importa lo que pasó, sigue siendo tu familia” o “Cuando mueran, te arrepentirás”, lo que refuerza el sentimiento de obligación.

 

Otro factor clave es el miedo al juicio social. La presión externa para que un hijo mantenga el vínculo puede ser sofocante. Ser señalado como "malo", "egoísta" o "frío" puede hacer que muchos hijos permanezcan en relaciones familiares dañinas solo para evitar críticas o comentarios destructivos.

También está la esperanza de que el vínculo mejore. Algunos hijos creen que, con paciencia y esfuerzo, sus padres cambiarán, reconocerán sus errores o finalmente ofrecerán la comprensión y el afecto que nunca dieron. Aunque en algunos casos esto puede ocurrir, en otros solo prolonga una relación que continúa siendo fuente de sufrimiento.

 

Por último, hay quienes sienten que es su responsabilidad cuidar de sus padres, incluso cuando estos nunca han demostrado cuidado por ellos. Se les inculca la idea de que, por el simple hecho de ser hijos, deben asumir la carga emocional y física de los padres sin cuestionarla. Este sentimiento de deber puede hacer que mantengan el vínculo más por obligación que por deseo genuino.

Es fundamental reconocer que ninguna relación debería sostenerse solo por culpa o miedo. Los hijos tienen derecho a elegir su bienestar sin sentirse responsables de compensar aquello que sus padres nunca les dieron.

El impacto de tomar la decisión de alejarse

Elegir distanciarse de los propios padres no es una decisión fácil ni libre de consecuencias emocionales. Para muchos, implica un proceso de reflexión profundo, en el que se enfrentan a la culpa, la tristeza y la necesidad de reconstruir una identidad fuera de una relación que ha marcado su historia. El impacto de esta decisión no se limita al momento de alejarse, sino que repercute en distintos aspectos de la vida.

 

Uno de los efectos más comunes es la culpa persistente, incluso cuando el distanciamiento ha sido necesario para la estabilidad emocional. La sociedad refuerza el mensaje de que el alejamiento es un acto egoísta, lo que puede hacer que el hijo cuestione repetidamente si tomó la decisión correcta. Este sentimiento puede durar años y aparecer en momentos vulnerables, como en fechas importantes o situaciones que traen recuerdos de la infancia.

 

También está el duelo por lo que pudo haber sido. Aunque el alejamiento suele ser una respuesta al dolor acumulado, muchas personas sienten tristeza por la relación que nunca lograron tener con sus padres. La ausencia de un vínculo afectivo real puede generar una sensación de pérdida, no solo por el distanciamiento, sino por la infancia o el afecto que nunca recibieron.

 

Otro impacto significativo es la reconstrucción de la identidad fuera de la familia. Para quienes han crecido en entornos familiares complejos, el alejamiento es también un acto de independencia emocional. Aprender a vivir sin la influencia constante de los padres puede ser desafiante, pero también liberador. Es un proceso que implica descubrir quién se es más allá de las expectativas impuestas por la familia.

 

El entorno social juega un papel importante en esta decisión. El miedo al juicio de los demás puede hacer que algunos hijos minimicen su distanciamiento o eviten hablar del tema abiertamente. Sentir que deben justificar su elección o enfrentar críticas puede generar un peso emocional adicional, obligándolos a lidiar con la incomprensión de quienes no han vivido su historia.

A pesar de los desafíos, muchos hijos que deciden alejarse logran construir una vida más estable emocionalmente. La distancia les permite romper patrones dañinos, establecer relaciones más sanas y aprender a priorizar su bienestar sin sentir que deben cargar con responsabilidades emocionales que no les corresponden. Es una decisión difícil, pero para muchos, es la única manera de encontrar paz.

La reconstrucción del vínculo cuando es posible

No todas las relaciones familiares están destinadas al distanciamiento definitivo. Aunque algunas heridas son irreparables, en ciertos casos el vínculo puede reconstruirse cuando existe voluntad genuina de ambas partes para cambiar, entender y sanar.

 

La reconciliación entre padres e hijos no debe basarse en la presión social o en la obligación impuesta, sino en un proceso de transformación mutua. Para que esto ocurra, es necesario que los padres reconozcan sus errores, comprendan el impacto de su comportamiento y estén dispuestos a escuchar sin invalidar los sentimientos del hijo. A su vez, el hijo necesita evaluar si realmente desea restablecer el vínculo y si esto contribuirá a su bienestar emocional.

 

Uno de los primeros pasos en este proceso es la comunicación honesta. Expresar emociones, experiencias pasadas y las razones del distanciamiento permite abrir una conversación que, en algunos casos, puede llevar a un entendimiento más profundo. Es importante que el diálogo no se enfoque en culpabilizar, sino en construir desde el reconocimiento mutuo.

También es necesario establecer límites claros. Si la relación ha estado marcada por manipulación, falta de respeto o imposición de autoridad, es fundamental que el hijo marque sus propios términos para evitar que el vínculo se convierta en una repetición del pasado. Una relación reconstruida debe basarse en respeto mutuo, no en dinámicas de poder.

 

Sin embargo, es crucial reconocer que no todas las relaciones pueden sanarse, y no todos los padres están dispuestos a cambiar. En algunos casos, el hijo puede intentar acercarse solo para encontrar las mismas actitudes que lo llevaron a alejarse en primer lugar. En estas situaciones, es importante aceptar que la mejor opción sigue siendo la distancia.

 

La reconciliación es un camino posible cuando existe voluntad, respeto y comprensión. Pero no debe ser una obligación impuesta, sino una decisión consciente que considere si el vínculo realmente puede transformarse en algo sano y beneficioso para ambas partes.

 

El papel de la terapia y el autoconocimiento en la decisión de alejarse o quedarse

Tomar la decisión de alejarse o intentar reconstruir el vínculo con los padres no es un proceso simple. Muchas veces, esta elección está influenciada por emociones complejas, heridas del pasado y la presión externa. Aquí es donde la terapia y el autoconocimiento juegan un papel crucial, ayudando a los hijos a entender su historia, procesar su dolor y tomar decisiones desde un lugar de claridad, no solo de impulsos emocionales o culpa.

 

La terapia ofrece un espacio seguro para explorar cómo la relación con los padres ha afectado la vida del hijo. Puede ayudar a identificar patrones dañinos, heridas emocionales que aún siguen activas y creencias arraigadas que generan culpa o miedo. También permite trabajar el proceso de duelo por la familia idealizada que nunca existió, ayudando a aceptar la realidad sin necesidad de romantizar el pasado.

 

El autoconocimiento, por otro lado, es fundamental para reconocer qué es lo que realmente quiere el hijo fuera de la presión social. ¿La distancia le brinda paz o le genera ansiedad? ¿Todavía espera que su padre o madre cambie, o ha aceptado que eso no ocurrirá? Tomar una decisión basada en la propia estabilidad emocional y no en expectativas externas es clave para encontrar bienestar.

Además, la terapia puede ser útil si existe el deseo de reconstruir el vínculo. En algunos casos, aprender herramientas de comunicación puede abrir un espacio para el entendimiento, permitiendo establecer límites sin caer en la dinámica del conflicto constante. Sin embargo, también ayuda a aceptar cuando una relación no puede salvarse, y a encontrar la paz con esa decisión.

 

Alejarse o quedarse debe ser una elección consciente, basada en el bienestar emocional del hijo y no en la culpa o el deber impuesto. Comprender el impacto de la historia familiar, sanar heridas y desarrollar un sentido sólido de identidad permite tomar decisiones sin sentir que se está fallando a nadie.

Tomar la decisión de alejarse o intentar reconstruir el vínculo con los padres no es un proceso simple. Muchas veces, esta elección está influenciada por emociones complejas, heridas del pasado y la presión externa. Aquí es donde la terapia y el autoconocimiento juegan un papel crucial, ayudando a los hijos a entender su historia, procesar su dolor y tomar decisiones desde un lugar de claridad, no solo de impulsos emocionales o culpa.

 

La terapia ofrece un espacio seguro para explorar cómo la relación con los padres ha afectado la vida del hijo. Puede ayudar a identificar patrones dañinos, heridas emocionales que aún siguen activas y creencias arraigadas que generan culpa o miedo. También permite trabajar el proceso de duelo por la familia idealizada que nunca existió, ayudando a aceptar la realidad sin necesidad de romantizar el pasado.

 

El autoconocimiento, por otro lado, es fundamental para reconocer qué es lo que realmente quiere el hijo fuera de la presión social. ¿La distancia le brinda paz o le genera ansiedad? ¿Todavía espera que su padre o madre cambie, o ha aceptado que eso no ocurrirá? Tomar una decisión basada en la propia estabilidad emocional y no en expectativas externas es clave para encontrar bienestar.

Además, la terapia puede ser útil si existe el deseo de reconstruir el vínculo. En algunos casos, aprender herramientas de comunicación puede abrir un espacio para el entendimiento, permitiendo establecer límites sin caer en la dinámica del conflicto constante. Sin embargo, también ayuda a aceptar cuando una relación no puede salvarse, y a encontrar la paz con esa decisión.

 

Alejarse o quedarse debe ser una elección consciente, basada en el bienestar emocional del hijo y no en la culpa o el deber impuesto. Comprender el impacto de la historia familiar, sanar heridas y desarrollar un sentido sólido de identidad permite tomar decisiones sin sentir que se está fallando a nadie.

El derecho a elegir el propio camino

El alejamiento no siempre es un acto de rechazo, sino muchas veces un acto de amor propio. No todas las historias familiares tienen finales felices, pero cada persona tiene el derecho de construir su bienestar sin culpa. Reconocer la historia de quienes se distancian nos invita a cuestionar nuestras creencias sobre el vínculo familiar y a entender que, a veces, separarse es la única manera de sanar.

 

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Comentarios: 1
  • #1

    Carlos (domingo, 18 mayo 2025 02:08)

    Mi historia personal con mis padres es muy tóxica, por un lado mi padre es un maltratador que nunca tuvo una palabra buena para mí y por el otro mi madre que lo consentía. Afortunadamente la relación con mi madre ha mejorado mucho, gracias a mí terapeuta emocional y al autoconocimiento. La relación con mi padre no existe, ya que no reconoce sus errores y más encima le hecha la culpa de todo a mí madre. Yo ahora también soy padre y tengo que poner mucha atención de no cometer los mismos u otros errores. Ser padre es un trabajo constante de aprendizaje, respeto y amor hacia tus hijos. Muy importante también es saber elegir a la madre o padre adecuado para poder apollarse mutuamente y hacer lo mejor para los hijos.